TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Es imposible ya hablar de una lengua regionalizada. Es más acertado definir la nuestra como una diseminada en constante metamorfosis.
Hablada por más de 500 millones de personas y solo superada por el chino mandarín como lenguaje materno más globalizado, el español —o más concretamente, el castellano— es una de las lenguas de mayor preponderancia a nivel mundial e histórico.
De hecho, hasta en el mundo digital es oficialmente el tercero más digitalizado.
Se ha dicho mucho sobre su riqueza. Su amplio espectro para plasmar con elegancia las emociones humanas es uno de sus baluartes. Y conocida, además, por su calidad lírica y su cadencia rítmica, es un patrimonio cultural indeleble de la Península Ibérica.
Más allá de las barreras lingüísticas y culturales, su globalización se ha visto apoyada por la irrupción del internet y, en su defecto, por el surgimiento de plataformas sociales —como Facebook, Twitter, TikTok e Instagram— que han favorecido a una mayor visibilidad y accesibilidad al florido idioma.
Inclusive la literatura española y latinoamericana, que ha producido algunas de las obras más señeras de la historia, y la economía, por su lado, ha tenido un repunte con su diseminación.
Pero esta universalización no solo hace referencia a la expansión geográfica del español; en consonancia con los tiempos, todo lenguaje evoluciona.
Todo medio físico o virtual innovador trae consigo nuevos nombres, tecnicismos, regionalismos, expresiones y verbos que enriquecen al idioma pero que pueden a la vez diluir sus fortalezas.
La ansiedad por economizar palabras, espacio y tiempo en las comunicaciones escritas por medios tecnológicos hoy en día, por ejemplo, provoca un efecto bola de nieve en diluir notablemente la calidad de la gramática escrita del idioma castellano.
El español es un idioma acaudalado, hermoso y elegante. No obstante, se resquebraja ante el descomunal mal uso e influencias ajenas a la que se expone en el desafío por evolucionar en un mundo entretejido finamente por la tecnología.
En vísperas del Día del Idioma, hagamos una pausa y meditemos en qué lenguaje y educación lingüística le estamos heredando a nuestros hijos para que puedan continuar expandiendo su uso y preservando su legado cultural
La influencia de la cultura norteamericana en el castellano
El castellano se ha adulterado con una infinidad de anglicismos, factor exacerbado por la adopción de nuevos aparatos tecnológicos que basan en el idioma inglés sus sistemas operativos, su estructura externa e instrucciones.
La cultura norteamericana impregna de forma profunda nuestra idiosincracia y la desdibuja fácilmente al carecer nosotros de una robusta identidad nacional.
Dicho lo anterior, es imprescindible buscar un equilibrio entre la incorporación de nuevos términos y la preservación de la identidad lingüística y cultural del castellano.
Tomemos un buen libro, de Cervantes, Cortázar, Lorca o Darío... y degustemos y afinemos nuevamente nuestro paladar por la exquisita riqueza del idioma español, reconociendo sus variedades, sus regionalismos, pero haciendo al castellano nuestro idioma propio, nuestra identidad.