La creación de situaciones humorísticas que retratan de manera realista a los protagonistas de la literatura hondureña, el lenguaje mordaz y en ocasiones el manejo de una ironía refinada, la parodia como herramienta de análisis literario y la construcción de personajes delirantes o al borde de la locura, golpeados por la vida, caracterizan esta narrativa.
El juego de la novela
La novela consta de diez capítulos difíciles de explicar y algunos de ellos totalmente inverosímiles, aunque cuidadosamente estructurados y siempre narrados con una sutileza que suaviza el señalamiento directo pero permite al lector reconocer todas las referencias literarias presentes en el texto.
En los capítulos 1, 3, 5, 7, 9 y 10 asistimos a las clases de literatura del profesor Alfredo Zepeda, que tiene un método de enseñanza sui géneris: les pide a los alumnos que lean “Si una noche de invierno un viajero” (de Ítalo Calvino) y luego les propone convertirse en protagonistas de esta novela e ir analizando uno a uno los libros de literatura hondureña, que cuenten lo que encontraron en cada uno y que evidencien las torpezas narrativas en que incurren los autores.
Más extraña aún es la narración que se desarrolla en los capítulos 2, 4, 6 y 8. Lo primero que leemos es la imagen, descrita con detalles asombrosos, de un hombre que cuelga muerto de la viga de una casa.
El protagonista es su hijo, que crece entre las calles de la Kennedy, en un mundo violento y pobre, con una madre que se prostituye para vivir pero a la que los hombres no suelen pagarle por sus favores. En el capítulo 10 nos damos cuenta de que este niño, sólo probablemente, es el profesor Alfredo Zepeda, alcohólico y escritor de una pésima novela policial.
Curiosidades narrativas
En el capítulo 1 el profesor Alfredo Zepeda critica a todos los autores que se incluyen como protagonistas de su propia narrativa, a quienes acusa de caer en “la tentación de la poca imaginación autobiográfica” y en “el facilismo de la primera persona”. Curiosamente, este capítulo está narrado en primera persona y el personaje principal tiene el mismo nombre que el escritor.
Luego el objeto de las diatribas del profesor, en el capítulo 5, son las “carencias intelectuales e imaginativas” de los escritores que se empeñan en citar en su trabajo todas las lecturas que han realizado.
Al menos dos cosas son divertidas en este capítulo: los ejemplos tomados de la narrativa nacional y la farragosa cantidad de citas con que está construido el texto.
Hay que señalar que uno termina esta novela y aún es incapaz de saber por qué se llama “Barthes muere en la Kennedy” o cuál es el propósito de todo lo que se cuenta en ella. Sin embargo, para usar el calificativo de moda entre los críticos literarios, es una obra de ruptura, un fino primer ejercicio literario que hace esperar mejores cosas de este autor.