TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Sus versos honestos, sencillos, a veces sutiles, románticos, eróticos y a veces irónicos, pero con una enorme intensidad, fueron capaces de cambiar el rumbo de la poesía hondureña. Pompeyo Cyriano del Valle Moncada era el último caballero de lo que él consideraba el núcleo de la llamada Generación del 50, conformada por escritores como Óscar Acosta, Armando Zelaya, Adolfo Alemán y David Moya Posas.
El poeta digno, que soñaba con un futuro esperanzador e igualitario para la Honduras de sus amores, como lo describe el poeta Salvador Madrid, se fue a armar tertulias al infinito, con su amigo entrañable Óscar Acosta.
Para rememorar su vida y obra, recopilamos un fragmento de una entrevista que dio a EL HERALDO en 2012, de la pluma de Óscar Urtecho, en la que dejó claro que escribía poesía para vivir y habló de la influencia de Walt Whitman en sus versos.
Usted y Óscar Acosta se deshacen de los códigos románticos y modernistas e inician la poesía hondureña moderna. ¿En ese momento, cuando usted publicó “La ruta fulgurante”, eran conscientes de lo que su obra significaba para la poesía nacional?
Yo creo que era una semiinconsciencia, porque el entusiasmo estaba allí, pero era como un ímpetu psíquico, porque no éramos teóricos, ninguno de nosotros lo era, sino que éramos hacedores. Yo me di cuenta después y entonces había más cuidado en lo que se estaba diciendo porque sabía que iba a servir para futuros desarrollos. Para mí y para Óscar el referente era Pablo Neruda, pero para otro miembro de aquel grupo, David Moya Posas, el referente era García Lorca.
¿Conserva la fe en los cambios sociales retratados con tanta esperanza en sus primeros trabajos?
Sí, claro que ya no me parece que están allí tan cerquita, ni que son tan fáciles. En aquel tiempo yo me imaginaba que eso no estaba tan largo, y es que cuando uno está muchacho se cree inmortal.
Se imagina que las cosas se van a ir dando más rápidamente de lo que en la realidad se presentan. Cuando estuve en Salamanca, uno de los poemas que leí fu precisamente: “Ahora lo proclamo. La esperanza/es una bella posibilidad futura./… tú puedes tener errores, pero ella jamás/se equivoca/porque consigue mantenerte firme”.
Y una de las poetisas que estaban allí dijo que eso tenía el sabor de un manifiesto. Sí, le dije, en ese momento era un manifiesto, pero era un manifiesto personal porque no lo compartían mis compañeros. Y es que se trata de una poesía directa, sin buscarle muchas vueltas, clara, y tiene una cosa que desde ese momento persigo yo, y es la conquista de la sencillez.
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Sí, su poesía está hecha con gran sencillez y delicadeza, sin hacer gala de grandes pretenciosas complejidades verbales. ¿Qué visión poética hay detrás de esto?
El ansia de comunicación con los otros seres humanos. No hay que hacer las cosas complejas, hay que posibilitar que la sencillez llegue y atrape al ser humano. Hay que recodar que la poesía también es comunicación y si no hay comunicación no hay poesía.
Por ejemplo, digamos que yo escribo un poema hermosísimo, pero nunca lo publico, lo quemo o lo pierdo, de tal manera que no pasó por otros ojos más que por los míos, entonces ese poema no existe. Pero si yo logro comunicárselo a alguien, desde un punto de vista de colectividad, ese poema ya existe.
El amor en sus poemas parece ingenuo y puro, casi como el de Walt Whitman. ¿Podría hablarnos un poco de su visión del amor?
Yo siempre he sido un empecinado romántico, y la parte espiritual del amor es la que más me fascina… el amor, amor, porque ya el sexo es otra cosa.
Puede que se den los dos al mismo tiempo, pero generalmente no es así. Yo soy partidario del amor de los antiguos caballeros, del amor cortés, que andaban con algo que perteneció a la enamorada, en las guerras, cuando peleaban, y normalmente era un pañuelo.
Yo soy capaz de tener ese simbólico pañuelo conmigo porque siempre fui un romántico, y todo sentido, porque mi lucha revolucionaria también es romántica.
Morazán para mí fue un romántico; su gesta, su ideal, esa capacidad de inventar mundos nuevos, mundos llenos de hombres y mujeres libres, eso solo un romántico puede divisarlo en lontananza, y yo siempre fui así.
En el amor de ahora ha habido un retroceso... Por eso yo me considero un ciudadano del siglo XX, un siglo que adoro, que amo, que viví intensamente, que es uno de los siglos más portentosos de toda la historia humana... Yo no siento que pertenezco a este siglo, el XXI, aquí no estoy en mi tierra.
“Y me complazco en llamarme a mí mismo/el cantor de la vida”. Algunos versos suyos tienen una marcada influencia de Withman…
Hay que aclarar que la influencia no solo es marcada, es buscada. Withman es mi hermano, es mi padre.
¿Más que Neruda?
Es que Neruda tiene mucho de Withman. Toda esa acumulación de cosas que nombra Neruda en sus poemas viene de Withman.
¿Qué diferencia hay entre la influencia y el plagio? ¿Puede llegar a confundirse en algún momento?
Plagio sencillamente es una palabra suave, edulcorada, endulzada, de otra palabra más abrupta: robo, y el robo es delincuencia. La influencia es otra cosa.
“Entre tantas negaciones y palabras sin lumbre/¿qué sentido tiene la belleza?”, ¿para qué seguir escribiendo poesía?
En mi caso para vivir, yo necesito de la poesía como necesito del aire para respirar. Si yo no me hubiera convertido en poeta, en un poeta más o menos aceptable, que yo me acepte a mí mismo, algo que me ha costado mucho, yo no estaría vivo. La poesía me ha dado audacia, me ha dado paciencia para vivir y me ha mantenido incorruptible en todos los caminos de mi vida, y también cuando he estado involuntariamente encerrado.
¿Cuál es el mayor aporte de Pompeyo del Valle a la literatura hondureña?
La honestidad en la poesía. A fines de este mes de marzo, quizá un poco después, voy a presentar un nuevo libro, mis memorias, allí vas a encontrar explicadas algunas cosos que se esbozan en esta charla. Las luchas, las conversaciones sobre poesía bebiendo cerveza, allí estará todo.
“Ciudad con dragones”. ¿A qué alude el símbolo del dragón? ¿Por qué Tegucigalpa es una ciudad con dragones?
La gente ha querido encontrar en los dragones unos animales fantásticos que simbolizan al mal porque es el cartabón que tienen en su mente. Sin embargo, la historia es más sencilla. Yo desde muy niño fui un devoto, ferviente admirador de un libro maravilloso que me ayudó mucho en la vida, “Las mil y una noches”, y allí aparecen dragones y alfombras mágicas voladoras.
Cuando yo estaba muy chico, en la puerta de la casa había una piedra en la que me sentaba a mirar el cielo, a pensar si algún día yo iba a poder tocarlo con mi mano.
Incluso una vez le pregunté a mi mamá si podría tocarlo si subía al cerro El Berrinche; en ese tiempo yo esperaba ver pasar las alfombras mágicas y los dragones. Por eso les aclaro: los dragones no son ningún símbolo del mal, son mis primeros atisbos acerca de la poesía.
No significan los grandes enemigos de las masas populares ni son los burgueses que ven los críticos, son los dragones de “Las mil y una noches”, son la fantasía, nada más.
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¿Por qué muchos han hecho esa lectura de los dragones como un símbolo del mal en su poesía?
Porque desde “La ruta fulgurante” para acá la gente aprendió a ver en Pompeyo del Valle al gran combatiente por la libertad, contra los enemigos fundamentales. Entonces, claro, si hay un libro de Pompeyo donde aparecen dragones, esos dragones son unos grandes bandidos.
¿Qué hay detrás de la ironía de algunos poemas de “Ciudad con dragones”?
Lo que hay detrás de la ironía es otra vez el amor. Ya no aquel amor apacible, aquel amor quieto, este es un amor doloroso porque es un amor a alguien, a una ciudad, a un lugar, que al poeta le ha hecho daño, y entonces él, sin dejar de amarla, la combate, la combate en sus peores manifestaciones, canta el lado oscuro de ella, las partes lóbregas. Esa ironía es un desgarramiento amoroso. Ese libro ha pasado inadvertido, pero tal vez reparen en él en tiempos futuros.
¿Otra razón para amar más a la ciudad?
Sí… desafortunadamente el libro ha pasado inadvertido. Ocurre algo interesante: cuando se abren este tipo de certámenes, los poetas del mundo se remiten a los cajones donde están los poemas que, por lo general, por razones económicas no han podido publicar, y los toman, les ponen la dirección y los mandan al certamen, pero este caso es único, el certamen decía que tenía que ser un poemario dedicado a Tegucigalpa, y nadie tiene un poemario escrito de antemano para una ciudad.