TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Se las ingenian para sanar sus dolencias sin la necesidad de medicamentos. Unos utilizan plantas, mientras que otros simplemente esperan a que pase el malestar.
No es que prefieran los procederes de los remedios caseros, tampoco es que quieren saber qué tan fuerte es su sistema inmune, es porque sencillamente no tienen acceso a la salud.
Y no es que el acceso a la salud en Honduras sea por condición patológica, edad, sexo o etnia, basta solamente con ser pobre para ser marginado de este derecho fundamental.
Los miserables olvidados históricamente han tenido que salvarse a sí mismos para poder seguir viviendo cuando se enferman porque el Estado ha sido incapaz de velar por su salud.
“No queda más que esperar que el tiempo lo sane a uno porque medicamentos no hay en los centros de salud ni tengo dinero para comprar”, dice Delia Flores, una mujer de 57 años (que padece de hipotiroidismo) mientras se da brisa con un pedazo de cartón en El Porvenir, municipio de Francisco Morazán, ubicado a unos 118 kilómetros al norte de Tegucigalpa.
“Es frustrante que vengan muchos pacientes extremadamente pobres en busca de una inyección para una gripe (por ejemplo) y decirles que no hay”, confiesa por su parte Karen Cabrera, la única doctora del centro de salud de El Porvenir, en el que atiende diariamente a unas 60 personas.
La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus visitó Curarén, Maraita, El Porvenir, Nueva Armenia, Cedros y Lepaterique, municipios de Francisco Morazán en donde sus habitantes no tienen acceso a la salud pública.
Este equipo analizó el último Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el cual muestra que en esos municipios, así como en otros de Francisco Morazán, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) decreció entre 2014 y 2019.
Y un punto negro son los índices de esperanza de vida, muy por debajo del resto del país, hecho que refleja la carencia de salud.
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Ni lo básico
A José Vásquez no le queda otra opción más que viajar a San Pedro Sula dos veces al mes para recibir asistencia médica y comprar los fármacos que necesita para combatir la diabetes porque en el centro de salud de Nueva Armenia, ubicada a más de 45 kilómetros al sur de Tegucigalpa, en donde ha vivido durante 70 años, casi siempre no hay insulina ni los otros medicamentos que precisa.
Y aunque San Pedro Sula no sea la ciudad más asequible por la distancia, sus ocho hijos que viven allí le ayudan con los gastos de su tratamiento y chequeos en un hospital privado pese a los altos costos porque en el sistema sanitario público es imposible.
“No puedo hacer más que dejar que mis hijos me ayuden porque yo no puedo comprarme mis medicamentos”, cuenta José, condenado a vivir en un municipio que está a centenas de kilómetros de sus hijos porque fue allí donde ellos encontraron trabajo.
“Es difícil para mí recibir la ayuda de mis hijos porque he sido un hombre trabajador, que he salido adelante con el sudor de mi frente”, expresa después de que su esposa Arcelia Almendárez, de 66 años, le pusiera una inyección de insulina en la pierna derecha.
El problema del desabastecimiento de medicamentos en los centros de salud y en las Unidades de Atención Primaria en Salud (UAPS), por ejemplo, se debe a que la Secretaría de Salud está rezagada con la entrega de los fármacos.
Anualmente, Salud hace cuatro entregas a cada recinto sanitario de la nación, una por trimestre, pero, por lo general, el abastecimiento es tardío. Por ejemplo: enero, el primero del año, llega hasta marzo o abril, y similar pasa con los demás.
Esa situación provoca que la demanda se mantenga siempre en niveles altos en una población que padece principalmente de enfermedades como la diabetes e hipertensión, afirman los médicos y auxiliares en primera línea de atención.
“Es difícil trabajar cuando no se tienen todos los insumos para atender a los enfermos”, comenta Katy Nolasco, doctora del centro de salud de Maraita, municipio de Francisco Morazán, que está aproximadamente a 50 kilómetros de esta capital.
Pero en ciertos meses, cuando algunas enfermedades afloran en las personas, Katy recibe hasta cuatro veces más la cantidad de pacientes que normalmente atiende, que llegan a ser hasta 120 por día.
Y es que por ser la única doctora asignada en un establecimiento sanitario en Maraita, los pobladores de otras aldeas del mismo municipio y hasta de otros acuden a ese centro para recibir asistencia y medicamentos.
“Se necesitan más médicos, más medicamentos, más instrumentos para poder hacer bien nuestro trajo”, reprocha mientras le entrega una receta a Edgardo Rodríguez, un enfermo de asma, porque no tiene prednisona ni inhaladores.
“¿Usted cree que yo puedo comprar esto?”, pregunta Edgardo. “Solo tengo lo justo para regresar a mi aldea”, dice tristemente mientras muestra su billetera en la que solamente tenía 60 lempiras.
El nivel de desatención es tan grande que, casi siempre, es el alcalde del municipio quien apoya con los gastos de traslado en la ambulancia (porque no todos los centros de salud tienen), medicamentos o exámenes en clínicas u hospitales privados al paciente.
Tal es el caso de Cedros, a 96 kilómetros de Tegucigalpa. Allí pasa que la Alcaldía asume la mayoría de los costos de las enfermedades (crónicas o no) de sus pobladores.
Pero los pocos fondos municipales limitan a las autoridades que, por ocasiones, ponen dinero propio para colaborar con el enfermo.
“Como Alcaldía quisiéramos apoyar a todos, pero el dinero no ajusta. Vemos mucha miseria y entre esa miseria elegimos a los que más necesitan”, dice el alcalde de Cedros, Marco Tulio Carrasco.
Y también ocurre un fenómeno conocido por la oferta y la demanda: las clínicas y hospitales privados que operan en algunos municipios captan a los pacientes que no son atendidos en el sistema sanitario público pese a que sus costos son elevados.
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Poco desarrollo
La malnutrición infantil, el sexo no seguro, la falta de agua potable y saneamiento, el consumo de alcohol y la tensión alta son, para los expertos, factores que inciden en la esperanza de vida y, por último, en el Índice de Desarrollo Humano.
Y según el informe más reciente de Desarrollo Humano 2022 del PNUD, en los seis municipios que visitó este equipo cayó.
Este equipo analizó los números del PNUD y los hallazgos no son alentadores: en 20 municipios (18 de Francisco Morazán y 2 de Olancho) la esperanza de vida ha crecido en mínimo y el desarrollo se ha desplomado.
Por ejemplo, en El Porvenir, la esperanza de vida en 2014 era de 73.5 años, mientras que para 2019 pasó a 74.2 Lo mismo ocurrió en Lepaterique, que tenía una esperanza de 73.4 años en 2014 y de 74.1 en 2019.
A juzgar por lo recomiendan los analistas, hay dos factores para mejorar la esperanza de vida. Uno, que las personas mejoren sus hábitos diarios para prevenir enfermedades y, la segunda, es que el gobierno mejore las condiciones de salud y de empleo.
Pero lo cierto es que una condición lleva a la otra. Si el gobierno educa a su población posiblemente ignore menos; si genera empleo, podrán comer; y si genera salud, los enfermos podrán tratarse para soportar o vencer sus males.
Pero más allá de promesas en los discursos de las autoridades o ideas de refundar un Estado, se necesitan acciones raudas pero certeras, pues la mayoría de la población vive en el olvido, sumida en la miseria.
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