TEGUCIGALPA, HONDURAS.- General. Hacía frío en la oficina del director de la Policía Nacional, el general-director Juan Manuel Aguilar Godoy. Llegué hasta aquí acompañado por el subcomisionado de Policía, César Alexis Ruiz, en cuyo brazo me apoyaba, literalmente, para poder caminar, ya que mis rodillas necesitan ayuda, además de la del bastón que me acompaña a todas partes. El general tenía una historia que contarme, con la intención de que sea publicada en el diario EL HERALDO, y para que sirva de denuncia contra “los seres más perversos de nuestra sociedad: los violadores”. Una historia de muchas, y que siguen sucediendo en Honduras, marcando para siempre a miles de inocentes. Y es que el caso “El jardín de los vicios”, del sábado 29 de julio provocó entre los lectores de EL HERALDO un huracán de indignación, de maldiciones y de deseos de justicia para aquellos que viven día a día con el dolor de haber sido abusados... Y también una tormenta de casos que “deberían ser publicados”, en opinión de muchos lectores indignados, como Óscar
Lobo, por ejemplo, que escribió en un e-mail: “Aún estoy temblando. Nunca creí que fuera posible...”.
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“Ese caso revolvió a medio mundo -me dijo el general, después del saludo- y me hizo recordar varios casos que investigamos en aquellos tiempos en que yo estaba en la Dirección Nacional de Investigaciones (DNIC)... Casos tristes, casos dolorosos; casos que dejan cicatrices profundas que, por desgracia, a veces supuran, como si las heridas que dejaron no se sanaran nunca”.
El general Aguilar Godoy también es abogado, tiene dos maestrías y es un estudioso permanente del crimen en Honduras. Además, es un buen conversador, de carácter agradable, aunque severo con los delincuentes.
“Nadie tiene el derecho de hacerle daño a otro -dice-; y para perseguir y capturar al que comete un delito es que existimos nosotros. Es lo que he hecho desde que salí de la academia; y es lo que hago hoy en día, como director de la Policía... Los hondureños merecen vivir en paz, lejos de la amenaza de los criminales... Y es lo que estamos haciendo; luchando contra los peores hombres y mujeres de la sociedad, a fin de llevarlos a la cárcel, y para que haya tranquilidad en las calles de Honduras”.
Habla con esa convicción propia del que sabe lo que hace, y del que está seguro de lo que siente y de lo que dice.
“Y entre los peores hombres y mujeres de la sociedad -agrega-, están los delincuentes sexuales; los que abusan de menores, los violadores... Por eso fue que me impactó el caso del sábado: “El jardín de los vicios”; y por ello es que he querido contarle uno de los casos más tristes que conocí en aquellos años, en la DNIC”.
Se detiene por un momento, para responder algunas llamadas, entre ellas, una de la viceministra de Seguridad, Julissa Villanueva. Al finalizar, saca dinero de su propia bolsa para comprar las cruces de cardán de una patrulla dañada, y dice:
“Si hay un árbol que plantar, plántalo tú. Si hay un problema que resolver, resuélvelo tú...”
Y después de una nueva pausa, en la que parece ordenar sus recuerdos, sigue diciendo:
“Parece que eso de los abusos a menores es como una maldición que va de generación en generación... No lo sé si sea una maldición; pero, lo que sí sé, es que los abusadores sexuales son los seres más perversos de la sociedad; lo que sí sé, es que los delitos sexuales son horrorosamente perversos, por el daño que causan en las víctimas; un daño que, por desgracia, dura para toda la vida”.
La mirada del general es fija, inquisitiva, como si quisiera saber si he captado letra por letra lo que me ha dicho.
Esperanza
Después de otra pausa, añadió:
“La muchacha se llama Esperanza, así llámela en su escrito, porque ella luchó por años contra las secuelas de la violación que sufrió; y contra las secuelas que sufrieron su hermana y su propia madre, que también fueron violadas...”
El general se acomoda en su silla, suspira, y exclama:
“-Es la de nunca acabar... Todos los días recibimos denuncias de abuso sexual a menores, de violaciones a mujeres de todas las edades, y en la DPI se multiplica el trabajo para investigar y detener a estos delincuentes, que son mil veces peores que cualquier otro”.
Un par de segundos después, dijo:
“Esperanza se salvó de cuatro intentos de violación cuando era una niña de escasos seis años... Pero no solo a ella le pasó eso. A su hermana también quisieron violarla. Y lo horrible de esto es que, a su madre, a su propia madre, la habían abusado desde niña”... Y cuando se lo dijo a su mamá, la abuela de Esperanza, la señora le respondió: “¡Mi compadre jamás va a hacer eso! ¡Vos lo que sos es una buena mentirosa!” Hasta que la niña, porque aún era menor, quedó embarazada. Entonces, su madre le dijo: “A saber con quienes te revolcás vos, y venís diciendo que mi compadre te agarró a la fuerza”. Pero no había sido el compadre... Fue un tío... Y cuando ella se fue de la casa, “a rodar con su hijo”, nadie la apoyó. Hasta que encontró a un hombre bueno, del que tuvo dos hijas... Esperanza fue la primera... Y a ella la violó un vecino, un “buen amigo de la familia”. Y la embarazó. Sin embargo, a su hermana ya la habían violado, y también quedó embarazada de su violador”.
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“Es increíble que esto siga pasando, y que más y más niñas, adolescentes y jóvenes sigan siendo víctimas de estos miserables”.
El general Aguilar Godoy aceptó la interrupción. Estuvo de acuerdo conmigo, y añadió:
“Y estos miserables, como usted les dice, abusan y violan también a muchos niños...”
“Así es”.
“Esperanza sintió odio por el hijo que llevaba en el vientre. Lo detestaba, pero nunca quiso abortarlo, y, cuando nació, no lo quería. Aunque, no le hizo daño. Es más, solamente una vez lo castigó, con la ira que le traían los recuerdos de la violación... Hasta que entendió que el niño no tenía culpa de nada... No obstante, para eso, tenía que pasar mucho tiempo... Y, en este tiempo, el hombre que abusó de ella se le acercó diciéndole que “iba a ayudarle a criar al niño”, lo que ella no aceptó. Lo que pasaba es que Esperanza repudiaba a aquel hombre; y lo repudiaba, porque era un violador en serie, que había abusado de varias mujeres más. Incluso, un día, por esas casualidades de la vida, Esperanza llegó de visita a una casa amiga, y allí se encontró con la sorpresa de que en la casa estaba una niña sola, y que el hombre que la había violado a ella, estaba abusando de la niña, que gritaba y lloraba desesperada... Esperanza lo golpeó con una botella en la cabeza, y el hombre salió huyendo de la casa... Después, supo que había violado a otras mujeres, y a cinco niñas más...”
Hubo otro momento de silencio, y yo aproveché para preguntar:
“Y, ¿castigaron a ese hombre? ¿Lo denunciaron alguna vez?”
“No -me respondió el general-. No lo castigaron nunca; y ahora vive en Estados Unidos... ¡Solo Dios sabe si allí ha hecho lo mismo!”
Ayuda
“Las víctimas de abuso y violación sexual necesitan ayuda, mucha ayuda -agregó el general-. Esperanza recordó por mucho tiempo el momento horrible en el que aquel hombre la agarró de los brazos, le arrancó la ropa y la tiró en una cama... Y recuerda el asco, la repugnancia y el horrible dolor que sintió cuando la violaba... Ella quería gritar, pero el hombre le tapó la boca con fuerza, casi dejándola sin respiración... Cuando el hombre se fue, ella quedó en la cama, paralizada, llorando, ensangrentada y llena de los fluidos del violador... Cuando supo que estaba embarazada, fue aún más horrible para ella... Era un hijo que no deseaba; era un hijo de la violación, y era hijo de un hombre perverso, sin escrúpulos... Y ella sintió rechazo por el niño... Su madre, que también tenía un hijo producto de una violación, y su hermana, que también había traído al mundo un niño en iguales condiciones, le dijeron que abortara; pero ella se negó...”
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Ha pasado el tiempo, y el general Aguilar Godoy tiene trabajo que hacer.
“¿Quién les ayuda a las víctimas de abuso? -pregunta-. ¿Cuántas de estas víctimas se quedan calladas, por vergüenza o por amenazas? ¿Cuántas de estas víctimas ven destruidas sus vidas, y nunca puede llevar una relación normal con sus parejas? ¿Cuántas de estas víctimas se convierten en abusadores, en violadores? ¿Por qué no existe una institución dedicada exclusivamente a ayudar, a apoyar a las víctimas de delincuentes sexuales para que puedan superar los traumas que deja una desgracia como esta? ¿Por qué no tenemos leyes más severas contra los depredadores sexuales? ¿A dónde pueden acudir los que sufren día a día los efectos de estos abusos? Nosotros, como Policía Nacional, perseguimos el delito, pero es necesario que las víctimas denuncien a los criminales. Por cada denuncia que recibimos, cinco, seis y hasta siete de estos delitos de abuso, violación o actos de lujuria quedan en silencio... Y yo creo que todos debemos luchar contra este delito, porque los criminales sexuales deben salir de las calles, y pagar en la cárcel el daño que hacen... Por supuesto, los padres debemos cuidar más a nuestros hijos...”
El general Aguilar Godoy guardó silencio. Tiene mucho más que decir. Y es que los casos de abuso sexual son incontables, y, por desgracia, la mayoría se quedan sin castigo.
“La Policía hace lo que puede -agregó-; pero, si la población, si las víctimas de abuso, y sus parientes, no nos ayudan, los delincuentes sexuales van a seguir en las calles... Y una de las cosas más graves es que la mayoría de los violadores, de los abusadores sexuales, son personas de confianza de las víctimas y de su familia; hay padres, hermanos, tíos, compadres que abusan de sus propios niños y niñas, y esto no puede seguir así... Tenemos que terminar con este mal de raíz...”
Ahora brilla la cara del general, como si la ira contra los delincuentes sexuales hirviera en sus venas. Y es que esta es una de las virtudes del buen policía: odiar el delito y perseguir al delincuente hasta llevarlo ante la justicia.
El general dice:
“Ojalá que estos casos que le cuento sirvan para que muchas de las víctimas que tienen miedo de denunciar a sus abusadores, busquen la ayuda de la Policía... Siempre vamos estar nosotros para ayudarlos, y para perseguir a los criminales... Ese es nuestro deber como policías”.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...
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