TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Tras la reapertura paulatina de la economía local, numerosas ventas, incluidas las grandes, tratan de flotar entre los escombros que sigue dejando la letalidad del coronavirus cuya ponzoña mantiene agitado al mundo.
Poca demanda ante bolsillos rotos de millones que caminan en medio del desasosiego y la paradójica altivez de una frágil humanidad.
Con la reacción “gradual, sectorial e inteligente” pactada entre empresarios, gobierno y sector productivo, se sueña integrar a la población a una vida que no volverá a ser normal, con un encierro que parece no domar la plaga porque somos cerriles. Seis meses y medio en retiro grafican la antesala a una quiebra sin precedentes, a un rescate incierto y duro.
Selva
Empero, la traba no solo radica en el reclamo y la urgencia de volver al trabajo o al negocio, siendo insolentes en nuestra vida cotidiana. Aunque la mayoría de humanos sigamos agrestes, lo cierto es que, en artes monetarias, el entorno es asfixiante, al menos a corto plazo. Empleos perdidos, cierre temporal o definitivo de comercios nos tiene de remate.
Ante la gravedad es cruel ser optimistas. Por naturaleza, casi nunca pensamos en los tiempos de las vacas flacas como el que estamos cruzando en el mundo por el coronavirus. A estas alturas, hemos oído gente –resulte o no inaudito- afirmar que la plaga es un “invento”. Reabrir no es volver a lo mismo. Educar a este pueblo es casi imposible.
Nuestra idiosincrasia es atípica. Aquí somos frescos y, en otro lugar, no rompemos ni platos. Los transportistas urgen trabajo y comida topando calles; juran que cumplirán normas de higiene cuando en el reciente paro, vimos, no nos contaron, a un motorista fumando cigarrillo mientras estacionaba un bus de 60 pasajeros. Entonces, ¿dónde está su saber? ¿Qué les pasa?
Temor
El “rollo”, como dicen muchos, no solo es de volver a la chamba o reavivar la comatosa economía, sino que seamos mejores personas. Cultas, respetuosas de los demás, no inadaptados sociales, llenos de manías, vicios, con calamidad mental. Muchos taxistas, por ejemplo, urgen laborar siendo groseros, corren como locos, son temerarios ante una Policía cómplice o tonta.
¿Ya vieron cómo están sus “unidades de carga”? Como siempre, sucias, vetustas y, de remate, tolerando malcriadezas de choferes y cobradores. Paran sus autos o buses donde les da la gana, se orinan en las calles a la hora que sea. ¿Dónde está su adeudo y el aseo que tanto tintinan? Si el hambre aprieta por doquier, la incultura los abraza.
Nos asusta el coronavirus y reabrir a dos dígitos o a tres si fuera posible, es urgente, claro que sí, pero cumpliendo, no solo exigiendo. De nada servirá abrir otra vez los comercios siendo irreflexivos. Además, apremia mucho seso para reanimar las bolsas con precios atractivos, dejando la voracidad bancaria para mover el billete y evitar la quiebra general.
En lo financiero estamos en harapos, pero ciertos empresarios aún creen que, lactando a sus crías del periodismo, se alzarán entre las ruinas. Tacaños y brutos. Dejen el llanto. Sobrevivir será un milagro. El trago es amargo.