Esta pequeña república, de apenas algo más de 4,000 kilómetros cuadrados, fue integrada en contra de cualquier racionalidad étnica y política a la entonces república soviética de Azerbaiyán en el año 1923.
Entonces era un pequeña entidad política poblada mayoritariamente por los armenios, pero tras pasar a manos azeríes poco a poco, a través de una paulatina limpieza étnica, se fue alterando su censo para que la identidad armenia quedara diluida en una suerte de realidad multiétnica.
Los azeríes se multiplicaron por cuatro desde 1923 hasta 1988, mientras que la población armenia se mantuvo. Hoy viven 150,000 armenios en este territorio que está unido, a través de un corredor estrecho, con la República de Armenia.
Coincidiendo con la perestroika impulsada por Mijail Gorbachov, a partir de 1988 comenzaron las tensiones entre azeríes y armenios.
Azerbaiyán siempre ambicionó anexionarse este territorio e impulsó una política, a veces violenta, de repoblar con azeríes esa zona que considera como suya y hacerles la vida imposible a los armenios.
Fruto de estas tensiones, y ya en un momento de clara descomposición del poder soviético, en 1991 se declaró la independencia de este territorio por parte de las autoridades locales y comenzó una guerra abierta entre Azerbaiyán y los armenios de Nagorno y Karabakh -Artsaj para los armenios, nombre que se refiere a la décima provincia de la Armenia histórica-.
El conflicto se extendió entre 1991 y 1994, en que se adoptó un endeble alto el fuego, y estuvo caracterizado por varias matanzas y expulsiones masivas de armenios por parte de Azerbaiyán, especialmente en las ciudades de Bakú y Sumgait, y una clara superioridad de las fuerzas armenias sobre el terreno que consiguieron derrotar claramente a los azeríes, consiguiendo, de facto, la independencia de la república de Nagorno Karabakh y la ocupación de un corredor de unos 7,000 kilómetros cuadrados que comunica a este territorio con Armenia.
En la guerra murieron más de 3,000 personas, miles de armenios y algunos azeríes fueron desplazados y las consecuencias económicas fueron desastrosas para la región.
El gobierno de Azerbaiyán, de corte dictatorial y condenado por varias instituciones internacionales, violó deliberadamente los derechos humanos durante la guerra y cometió numerosas atrocidades reportadas y documentadas.
Desde entonces, reina la calma chicha en esta zona del mundo y los enfrentamientos, sobre todo atizados por Azerbaiyán, han estado al orden del día.
Situación actual
En la actualidad, pese a las tentativas por llegar a un acuerdo definitivo, las espadas siguen en alto y el año pasado hubo algunos incidentes armados en la frontera entre este territorio y Azerbaiyán, cuya principal responsabilidad cayó en manos de las autoridades de Bakú, que todo hay que decirlo consiguieron arrebatar a los armenios algunos kilómetros de este estratégico territorio.
El asunto radica en que Azerbaiyán considera vital recuperar este enclave, aunque el costo sea otra guerra con Armenia que seguramente no les saldrá gratis.
El país se conecta con un enclave en sus manos, Nakhchivan, situado entre Nagorno y Karabakh e Irán, y con el cual solo puede tener conexión terrestre a través de Nagorno y Karabakh.
Para las autoridades de Nagorno y Karabakh, cuya capital es Stepanakert, la solución al problema pasa por el reconocimiento internacional de esta entidad -algo que todavía no han conseguido-, mientras que para Azerbaiyán la resolución política al conflicto pasa por la restitución territorial de toda la república en disputa a manos azeríes, algo que ni Armenia ni los armenios van a aceptar nunca.
Al día de hoy, como ha ocurrido con los anteriores casos, la República de Nagorno y Karabakh es un “Estado” no reconocido internacionalmente con su bandera, sus símbolos patrios y sus autoridades elegidas democráticamente.
La Unión Europea (UE), de una forma errónea, nunca ha reconocido a este territorio.
En los últimos tiempos ha crecido el temor de que el principal aliado de Armenia en la escena internacional, Rusia, haya cambiado de posición y se muestre más cercano a las posiciones azeríes que armenias para congraciarse con Turquía, principal aliado de Azerbaiyán en la región y enemigo declarado siempre de Armenia.
La diplomacia de Ankara sigue negando al día de hoy el genocidio armenio –unos dos millones de asesinados entre 1915 y 1921 a manos turcas-, mantiene cerradas sus fronteras con Armenia, apoya descaradamente a Azerbaiyán en su guerra contra Armenia y considera a Nagorno y Karabakh una suerte de “Estado pirata”.
Pero, por mucho que el asunto incomode a Ankara y a Bakú, las realidades sobre el terreno y la historia se imponen; los armenios también existen y nada ni nadie le negará su justicia a un territorio que un día le fue arrebatado a la Armenia histórica por desatinos de un destino cruel e injusto.
Nagorno y Karabakh es algo tangible, un pedazo de la geografía de Armenia para siempre y por siempre, pero con sus señas de identidad propias y una soberanía ganada a sangre y fuego. Nadie puede negar su existencia, es una realidad que está ahí.